Plan Transardina, o la eficiencia de meternos todos en un metro cuadrado (Siniestra 2 | Año 4)
por Cristóbal Cortés | Sociología
Es cierto, el sistema de micros amarillas era irritante, pues por más de que algunos tenían la micro precisa, con el recorrido perfecto, el grandísimo parque de vehículos traía nocivas consecuencias para todos: ruidos insoportables, contaminación, atochamientos exasperantes y carreras entre los buses, muy peligrosas para los usuarios, por cierto. Pero al menos, como había recorridos para todos los gustos, las micros iban llenas sólo en las horas peak.
Lamentablemente, durante las últimas jornadas, los capitalinos hemos vivido las consecuencias caóticas de un cambio improvisado en el sistema de trasporte público (¿público?) de Santiago. Una vez más, la Concertación demostró que la pulcritud en la gestión es proporcional al aprovechamiento que se pueda hacer de ésta.
Las condiciones mínimas necesarias para echar a andar el Plan Transantiago fueron apresuradas (o ignoradas, quizá) en el período de Ricardo Lagos, con fines electoralistas. La misma Bachelet, que hoy debe hacer frente a la “hojarasca” del gobierno anterior, en principio se benefició de la maniobra comunicacional del ex presidente.
Como el control de los buses está en manos de empresarios (como el señor Navarrete, ¿se acuerdan de él?), y el Estado no tiene máquinas de su propiedad, es hasta inviable cursar multas o revocar licencias, para hacer frente a los inconvenientes que surjan. Esto, porque el Estado necesita a los empresarios de Transantiago para hacerlo funcionar, sea como sea, dándoles el mango de la sartén.
De todos modos, aunque el servicio ha ido mejorando, en cuanto a frecuencias de viaje, principalmente, a todas luces la cantidad de buses es insuficiente. Muestra de ello es que, a toda hora, las troncales circulan repletas de gente, como verdaderas “latas de sardinas”, aún cuando pasen seguido.
Esto no es ajeno al estudiantado, pues somos usuarios del transporte público y cada mañana viajamos en él. Y aunque nos levantemos más temprano, o a la hora que sea, difícilmente viajaremos cómodos, y llegaremos a la U de no muy buen ánimo, pues el servicio no se avizora estimulante.
En términos generales, lo que sucede con el Transantiago es similar a lo que pasa con otros derechos que tenemos los ciudadanos, como previsión, salud, educación o vivienda, pues se ha perdido el sentido de “servicio” (en pos del de “negocio”), y más aún, se han decidido “cambios revolucionarios”, pero sin consultarle a quienes seremos los “beneficiarios” de dichas transformaciones.
Por lo mismo, debemos mirar al frente, y plantear cambios desde las inquietudes y necesidades de las comunidades, para construir alternativas reales para Chile y Latinoamérica.
Lamentablemente, durante las últimas jornadas, los capitalinos hemos vivido las consecuencias caóticas de un cambio improvisado en el sistema de trasporte público (¿público?) de Santiago. Una vez más, la Concertación demostró que la pulcritud en la gestión es proporcional al aprovechamiento que se pueda hacer de ésta.
Las condiciones mínimas necesarias para echar a andar el Plan Transantiago fueron apresuradas (o ignoradas, quizá) en el período de Ricardo Lagos, con fines electoralistas. La misma Bachelet, que hoy debe hacer frente a la “hojarasca” del gobierno anterior, en principio se benefició de la maniobra comunicacional del ex presidente.
Como el control de los buses está en manos de empresarios (como el señor Navarrete, ¿se acuerdan de él?), y el Estado no tiene máquinas de su propiedad, es hasta inviable cursar multas o revocar licencias, para hacer frente a los inconvenientes que surjan. Esto, porque el Estado necesita a los empresarios de Transantiago para hacerlo funcionar, sea como sea, dándoles el mango de la sartén.
De todos modos, aunque el servicio ha ido mejorando, en cuanto a frecuencias de viaje, principalmente, a todas luces la cantidad de buses es insuficiente. Muestra de ello es que, a toda hora, las troncales circulan repletas de gente, como verdaderas “latas de sardinas”, aún cuando pasen seguido.
Esto no es ajeno al estudiantado, pues somos usuarios del transporte público y cada mañana viajamos en él. Y aunque nos levantemos más temprano, o a la hora que sea, difícilmente viajaremos cómodos, y llegaremos a la U de no muy buen ánimo, pues el servicio no se avizora estimulante.
En términos generales, lo que sucede con el Transantiago es similar a lo que pasa con otros derechos que tenemos los ciudadanos, como previsión, salud, educación o vivienda, pues se ha perdido el sentido de “servicio” (en pos del de “negocio”), y más aún, se han decidido “cambios revolucionarios”, pero sin consultarle a quienes seremos los “beneficiarios” de dichas transformaciones.
Por lo mismo, debemos mirar al frente, y plantear cambios desde las inquietudes y necesidades de las comunidades, para construir alternativas reales para Chile y Latinoamérica.
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